Aunque los mitos pueden estar basados en ciertos fragmentos de verdad o en datos, a menudo evolucionan hasta convertirse en generalizaciones absurdas o en verdades a medias. Es obvio que esa información puede dar rápidamente lugar a la confusión, ó ser directamente peligrosa. Por ejemplo, cuando se descubrió que algunas mujeres tenían una capacidad multiorgásmica, la información se transmitió de inmediato y se esparció por todos lados no sólo como un hecho, sino como una especie de norma que decía que si eres una mujer de verdad, tienes que aprender a ser multiorgásmica. En vez de presentar esta información como una oportunidad de explorar el placer, la prensa lo convirtió en una forma de presionar a las mujeres y a sus parejas.
Otro ejemplo es la importancia exagerada que se da a determinados descubrimientos sexuales. Primero fúe el punto G, y todas las revistas hablaban a sus lectores de que el mejor orgasmo provenía de la estimulación de este punto. Eso está muy bien para todas aquellas mujeres que experimentan orgasmos del punto G; sin embargo, a todas las que han sido incapaces de excitarse con estimulación de ese punto, esa presión de la prensa sólo le ha hecho sentirse peor. Las mujeres dicen que esas presiones les hacen sentirse como si sus cuerpos tuvieran algún fallo. Todos sabemos que todas las mujeres ya han recibido su buena ración de negatividad en cuanto a su imagen, ¿Por qué empeorar las cosas con presiones sobre cómo han de alcanzar el orgasmo? Estoy de acuerdo con el doctor Bernie Zilbergeld, que opina que una mujer no debe sentirse obligada a encontrar su punto G. Si lo hacen ella ó su pareja, perfecto; de lo contrario hay un montón de zonas en su cuerpo que vale la pena explorar.
La misma desinformación puede repercutir negativamente en los hombres. Cuando un hombre oye que tiene que aprender a ser multiorgásmico a fin de satisfacer a su pareja, eso puede disparar su ansiedad a la hora de actuar en la cama. Por supuesto que algunos hombres pueden aprender esta técnica (que esencialmente comporta la notificación de la musculatura pélvica), pero está claro que n se trata de una habilidad necesaria para ser un amante maravilloso y satisfactorio.
Cualquier tópico de índole sexual hace un flaco favor a la gente que le presta atención , puesto que contribuye a minar la auto confianza sexual de los hombres y mujeres , que es la clave para deshacerse de las inhibiciones y lanzarse a explorar el placer sexual. Eso es también cierto en todas las áreas de la vida: cuando más seguro te sientes, más libertad tendrás para experimentar nuevas facetas, ya sea el volante de un automóvil, a la hora de invertir en una nueva empresa o cuando se trata de complacer a tu amante. Parece haber una relación directa entre la seguridad personal de una persona respecto a su sexualidad y su capacidad de disfrutar del sexo. Por encima de todo, creo que es importante para los hombres y mujeres honrar y respetar su propia experiencia sexual. Si algo te parece bien y te complace, hazlo. Si algo te parece falso, desencaminado o forzado, reconoce tus sentimientos y abstente. Tú mandas, tú eres quien tiene la responsabilidad última.
MÁS ALLÁ DEL PECADO / EL TANGO DEL PLACER
Los tópicos también refuerzan las barreras culturales o personales que impiden a hombres y mujeres explotar su potencial sexual. Muchos de estos mitos tiene un origen histórico y a menudo han estado unidos a la voluntad de limitar nuestro acceso o capacidad de sentir placer. En su estudio sobre la historia de la sexualidad, el doctor Mitchell Tepper señala que las creencias culturales o religiosas que contemplan el sexo como algo negativo, que consideraban el placer como pecado o que decían que un orgasmo puede condenarte y mandarte directo al infierno, han existido a lo largo de la historia. Estas actitudes empezaron en tiempos de los griegos, fueron adoptadas y desarrolladas por la Iglesia católica romana y luego fueron transformadas y asimiladas por los puritanos que emigraron a América, influenciando en gran manera la actitud cultural norteamericana hacia la sexualidad.
Tomemos como ejemplo el impulso sexual sobre el que Adán y Eva no tenían ningún control, que fue etiquetado de concupiscencia o lujuria por san Agustín. Llamándolo de este modo, la lujuria convertía la procreación en algo vergonzoso, lo que luego llevó a la creencia de los cristianos debían mantener relaciones sexuales sin pasión y sólo con el fin de reproducirse. Ese dictado hizo que encontrar placer en el sexo fuera esencialmente pecaminoso. Como señal el doctor Tepper, < Los americanos, sean o no cristianos, son herederos de esta tradición y comprender este trasfondo puede ayudarnos a hacer las paces con nuestros propios sentimientos de ambigüedad respecto al sexo >.
(San Agustín creía que la mujer era el mayor obstáculo del hombre para la salvación. Por otra parte, él es el mismo que pedía al cielo: <Dios, por favor, hazme casto, pero todavía no>.)
Sólo desde el desarrollo de la psicología moderna, a principios del siglo XX, las actitudes hacia la sexualidad han comenzado a transformarse a partir de “el sexo como pecado”, y hombres y mujeres han empezado a pensar en el tema de una manera más abierta. Sin embargo, hasta la llegada de los movimientos feministas, tanto mujeres como hombres no se dieron cuanta de que el sexo era realmente para disfrutar ¡y de que era algo beneficioso!
La premisa de que el sexo era pecado ha influido de muchas formas en nuestra mentalidad respecto a la sexualidad y, en especial, al orgasmo. Una consecuencia de ello es que, al intentar controlar nuestras necesidades, hemos contrariado nuestra espontaneidad sexual natural. ¿Cómo podemos experimentar la lascivia y el placer sexual si tenemos miedo –en cierto modo inconsciente- a dejarnos llevar? Sin libertad para jugar y disfrutar, nos barramos automáticamente el acceso a los diferentes niveles o grados de placer sexual.